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lunes, 10 de noviembre de 2014

He de confesar que estoy ciego

He de confesar que estoy ciego o que no veo lo mismo que los demás. Yo, que reconozco que estoy muy alejado de cualquier nacionalismo, incluso del español salvo cuando Iniesta chutó con su pierna derecha en la final de Sudáfrica, no soy capaz de entender nada de lo que ha ocurrido este fin de semana.
En primer lugar, lo sucedido ayer, el día que se convocó un referéndum un poco extraño en Cataluña, raro por varios motivos, en primer lugar porque se trataba de una votación sin censo y, además, porque yo no fui convocado al mismo, aunque viva en Madrid, cuando lo que se pretendía decidir era el destino de una parte de mi historia, que es lo que es Cataluña para mí, una parte de mi ser.
La consecuencia del plebiscito de ayer, en cuanto supe de las cifras, es que fue un gran fracaso, y me chocó que los convocantes lo tildaran de lo contrario. Según lo que he entendido yo, el 30% de los catalanes o residentes en Cataluña de otras tierras, que bien puede ser un zamorano o un hijo de zamoranos, son independentistas. O, dicho de otra forma, ateniéndonos a la cifra total de votantes, el 32% de ellos han mostrado un interés por el referéndum. Vamos, que la independencia o no es una cosa que les da lo mismo a la mayoría de los catalanes, que lo que le importa es otro porcentaje, el 3% que se cobraba de todos los contratos concedidos por, al menos, una parte de los gobernantes convergentes de la Generalitat, y les importa que no tienen trabajo, y que su gobierno autonómico les recorta tanto o más que el Central, y que lo único que no disminuye son las partidas presupuestarias dedicadas al ejercicio de la falsa política de los políticos, que solo buscan su propio bienestar en demasiados abundantes casos.
Y debo estar ciego, porque no sé por qué las bases de Convergencia Democrática de Catalunya no se han lanzado a la calle para parar el canibalismo que el honorable Artur Mas está haciendo con su partido, o tal vez haya sido una huida hacia adelante de un político acabado, rodeado de escándalos de corrupción que ya se aproximan a su persona.
Mientras tanto, otro político, uno apellidado Monago, presidente de la Junta de Andalucía, lloraba al recibir los aplausos de sus compañeros de partido en Cáceres, donde se realizaba una convención de la formación que dice que ya ha puesto barrera a la corrupción que lo está asolando. El paso a nivel tal vez esté, pero la valla aún no lo ve nadie, o al menos yo, que ya he dicho que estoy ciego. 
Vamos a ver, ¿es cierto o no que el señor Monago viajó treinta y tantas veces a las islas Canarias? ¿Es cierto o no que dicho señor era senador por Extremadura y no por el archipiélago? ¿Es cierto o no que el poco honorable presidente de Extremadura tenía un flirteo con una dama por las islas Afortunadas y que pasó sus viajes privados, por la jeró, a la cuenta de gastos del Senado?
Nada, sigo ciego, porque el señor Monago sigue siendo presidente de la Junta de Extremadura -apoyado por una teórica formación de izquierdas-, el Senado -que ni él mismo sabe para qué sirve- le autorizó los gastos porque nos lo controla -¡manda cojones!- y ninguna señoría alza la voz contra el despropósito, y lo que peor, nos toman por gilipoyas o por ciegos y tontos, que es lo que debemos ser.

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