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sábado, 25 de enero de 2014

La historia no se repite, casi nunca

Un mal dicho, comúnmente extendido, afirma que la historia se repite. Nada más lejos de la realidad.
La confusión puede ser debida a que toda civilización tiene, normalmente, tres fases. La arcaica, que es el tiempo que cada cultura se toma para crearse, la clásica, que es la de su esplendor, y la barroca, que es su decadencia.
Pero voy a narraros una historia, que tal vez nos llegue a concluir que me estoy contradiciendo.
Hubo una vez una monarquía, la de los Borbones, cuyo primer rey ya fue mediocre, y en la que cada descendiente que ocupaba el trono era peor que el anterior, hasta que llegó un monarca que fue nefasto y el que le siguió peor que esto.
Hartos sus súbditos de tanta memez, hicieron una revolución, que más o menos pronto acabó en una república, a la que siguió una dictadura y luego una restauración de la misma dinastía que lo había arruinado todo.
En el sistema político que convivió con los nefandos reyes, había dos partidos políticos que se turnaban en el poder, y así su derrota en las urnas o en el antojo del monarca de turno, era mucho menos amarga que un descalabro total, porque el que había perdido sabía que volvería al poder más tarde o más tempano, pero que lo volvería a prender entre sus dedos.
Por eso, en un momento determinado, las leyes que promulgaban unos solían favorecerles a ambos, en detrimento de otras fuerzas políticas, que convivían en el sistema más o menos democrático que imperaba, ya muy ausente de la verdadera libertad.
Llegados a este punto, muchos pensarán que estamos hablando del periodo histórico que se conoce como Restauración Borbónica, que se instauró en España entre 1874 y 1931, que fue sustituido por una república, que fue derrocada por las armas, a la que siguió la dictadura del golpista general Francisco Franco, que a su conclusión trajo de nuevo a la monarquía borbónica al poder en España.
Sí, todo esto es válido, pero no es la única referencia histórica en nuestro país en la que los hechos se sucedieron así.
Retrocedamos en el tiempo.
La dinastía borbónica sustituyó a la de los Austrias, en tan profunda decadencia que se hacía ya insoportable. El primer rey francés fue Felipe V, luego su hijo, Luis I, que murió tan pronto que hizo que el quinto Felipe hubiera de recobrar el poder. El siguiente monarca fue Fernando VI, al que sucedió Carlos III, al que precedió Carlos IV, sustituido por Fernando VIII. El primer ciclo borbónico concluyó con Isabel II, a la que la revolución llamada “La Gloriosa” derrocó, instauró un rey de una dinastía italiana, que abdicó y con este gesto, conllevó la proclamación de la muy desconocida I República, derrocada como la segunda, al que siguió una breve dictadura del general Serrano, que derivó en la Restauración borbónica, de la que ya sabemos lo que duró, tal y como he narrado en líneas anteriores.
Y si la Restauración mantuvo su vigor mientras vivieron sus ideólogos, Cánovas del Castillo, por el partido conservador, y Sagasta por el partido liberal, que se turnaron en el poder con descaro, antes de que sus sucesores se despedazaran entre sí por el control de sus respectivas formaciones políticas, el sistema isabelino se sostuvo mientras los generales Narváez y O´Donnell fueron las cabezas visibles de ese sistema que en teoría era liberal tras el triunfo de sus ejércitos en las guerras carlistas, y se rotaron en el poder como cabezas de las dos formaciones derivadas del original partido liberal, la liberal-progresista y la liberal-moderada, respectivamente.
Ya hemos visto que todo esto acabó con La Gloriosa, un rey breve, una república más sucinta aún, y la restauración borbónica.
Y ahora, viene una pregunta: ¿no nos suena a nada todo lo que ocurrió? ¿No se parece a lo que nos está ocurriendo ahora?
El final de la dictadura franquista derivó en la segunda restauración borbónica, que gracias al empuje de una generación, y no únicamente al arrojo de unos políticos, consiguió una democracia de verdad, hasta que quedó patente que sólo dos partidos podían alternarse en el poder, y que si para ello habían que modificarse las leyes electorales para favorecer el bipartidismo, se hacía, y si había que crear una nueva casta de descastados, se hacía, de políticos de carrera que nunca serían nada fuera de su mundo irreal, en los que los ciudadanos no les gustan, pero a los que necesitan para que les voten cada cuatro años, y así se les pueda llenar la boca de la palabra democracia, que ya no significa libertad, pero eso no se lo dicen a nadie.
El rey es un señor mayor de setenta y tantos años, achacoso, del que nunca he tenido claro si tuvo algo que ver con el golpe de estado del 23-F, que yo viví en mis carnes porque estaba en la mili, que se niega a dejar el poder, mientras su hijo espera con impaciencia a que llegue su momento.
Yo no sé si estoy equivocado, pero el vástago se llama Felipe y se apellida Borbón, y sé que no es la solución a esta obsesión febril de los mandamases políticos de jodernos la vida, e intuyo que tampoco lo es la República, que sería la III de nuestro país.
Porque el cáncer son estos politicastros de carrera, que no saben hacer la o con un canuto, y su sustitución por políticos de verdad, cuya tarea debe ser única y exclusivamente el servicio al ciudadano, que es lo que su profesión es, y que se legisla contra sus mandatos, poderes, retribuciones, coches oficiales y enchufados, con preceptos legales claros y contundentes sobre aquellos partidos que ganan unas elecciones con un programa electoral que se incumple de cabo a rabo, pues no hay delito más flagrante que ése.
Libertad, ésa es la palabra.



Ricardo Muñoz Fajardo

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